Quiéreme bien, por Mata Taca

Trastilla era una coqueta y vitalista caja de cartón. Vivía feliz en lo alto de un armario centenario en el hogar (así lo sentía) de una abuelica de cuento (de los mejores, los reales).
Su entusiasmo nacía de los pequeños tesoros que conservaba en su interior: chatarra a ojos de quienes miden en oro, valiosos para ella por las historias que narraban. Cerrada los (ad)miraba en la calma nocturna, abierta se dejaba envelesar observando a la señora, notando cosquillas al trastear con cuidado su fondo de cartón. encajar il1
Un día, su pacífica rutina se vio interrumpida. Los baúles, maletas y otros habitantes cuchicheaban…. Por fin salió de su curiosidad al advertir cómo la mujer colocaba un robusto cajón justo junto a ella. Procuró no ser indiscreta, pero de soslayo husmeó su aspecto y lo que contenía.
Por fin arrancó sus ganas iniciando la conversación. Previa reticencia de Cajonás (que así se llamaba), lo que empezó como un intercambio de trivialidades, desencadenó en emocionantes charlas. Los días hicieron el resto, la amistad y ¡ay, el amor!.
Los primeros meses fueron maravillosos, hasta que Trastilla se empezó a sentir confusa…
Mientras jugueteaba con una telaraña que daba impresión de barba a su cajón favorito, reparó en que este toqueteaba sus objetos y los iba dejando todos sobre ella. En principio lo achacó a una limpieza temporal, pero comprobando que el ritual no concluía, le preguntó con la inocencia que la caracterizaba. Pero en lugar de una respuesta, recibió un cabreo enorme.
– Resulta que te doy todo de mí y lo rechazas, ¿es que no te gusta?. ¿Qué hay de malo?. Ahora estás aun más guapa, ¡anda, mírate!- achacó él, ofendido.
Trastilla giró su tapita hacia el espejo de Miarma, su íntimo amigencajar il2o de anchas puertas, que le devolvió su imágen. Sentía la contradicción latiendo, y tras un largo rato titubeando, dijo amorosa:
– No sé qué decir, tus cosas son bonitas y… bueno… pero no consigo ver las mías, no me reconozco, y además me siento pesada… te veo sólo a ti.
Trastilla procuró devolver la discusión a aguas serenas, pero se resignó, viendo cómo él ya se había girado a dormir, entre palabras casi suspiradas.
La noche pasó más lenta que nunca, aprovechada para reflexionar. Tanto Miarma como Somiera, al notarla inquieta, la calmaron contándole experiencias propias y agenas. No se trataba de género, ni de material, ni de tamaño… Todo amor trae lucha, que queda lejos de significar querra.
El espíritu optimista de nuestra protagonista la llevó a convencerse de su ingratitud, se replanteó aquello como un regalo que, sin ser su intención, había rechazado.
Así, sin despertarlo, tomó la pomillo-nariz de su amor, para darle una sorpresa, colocándosela ella con sumo cuidado. Cuando empezó a clarear, abrió los ojos con incredulidad, ante la atenta mirada de una aun más renovada cajita.
Así, la armonía regresó a la curiosa pareja, hasta que la dueña del hogar se adentró en búsqueda de su caja favorita, adivinada por un inconfundible olor. Con una tarde por delante planeada juntas, todo se deshizo cuando, tras un largo rato buscando, no la encontró, no estaba allí, tanto era su cambio que no la reconoció. Debido a su edad, decidió achacarlo a la mala memoria, y abandonó el cuarto con cierta añoranza.
Al darse cuenta el cajón de cómo Trastilla había camuflado lo poco que aun era genuino, su sonrísa, se asustó. Recordó la historia de Narciso, y temió haberla convertido en sí mismo…
Meditó y encontró la manera de compensar su error, devolverle su esfuerzo, y sobre todo empezar, mejor aun que de cero… Sin contar en número, sino en aprendizaje. Así, recuperó sus objetos, dejando intacto el aspecto y la esencia de nuestra amiga, aquella de la que se enamoró… Cuando amaneció, sin embargo, notaron extrañados que tenían algo nuevo, que era de valor pero no pesaba… y es que arriesgarse es siempre la respuesta, y te devuelve el premio de crecer, ensanchar el alma y lograr ENCAJAR con la vida.

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